LOS LIMPIADORES DE ESTRELLAS
Se formó una
Sociedad con el nombre de LOS LIMPIADORES DE ESTRELLAS. Era suficiente llamar
al teléfono 50-4765 para que de inmediato salieran las brigadas de limpieza,
provistas de todos los implementos necesarios y muñidas de órdenes efectivas
que se apresuraban a llevar a la práctica; tal era, al menos, el lenguaje que
empleaba la propaganda de la Sociedad. En esta forma, bien pronto las estrellas
del cielo readquirieron el brillo que el tiempo, los estudios históricos y el
humo de los aviones habían empañado. fue posible iniciar una más legítima
clasificación de magnitudes, aunque se comprobó con sorpresa y alegría que
todas las estrellas, después de sometidas al proceso de limpieza, pertenecían a
las tres primeras. lo que se había tomado antes por insignificancia -¿quién se
preocupa de una estrella al parecer situada a cientos de años-luz?- resultó ser
fuego constreñido, a la espera de recobrar su legítima fosforecencia*. Por
cierto, la tarea no era fácil. En los primeros tiempos, sobre todo, el teléfono
50-4765 llamaba continuamente y los directores de la empresa no sabían cómo
multiplicar las brigadas y trazarles itinerarios complicados que, partiendo de
la Alfa de determinada constelación, llegasen hasta la Kapa en el mismo turno
de trabajo, a fin de que un número considerable de estrellas asociadas quedaran
simultáneamente limpias. Cuando por la noche una constelación refulgía de
manera novedosa, el teléfono era asediado por miríadas estelares incapaces de
contener su envidia, dispuestas a todo con tal de equipararse a las ya
atendidas por la Sociedad. Fue necesario acudir a subterfugios diversos, tales
como recubrir las estrellas ya lavadas con películas diáfanas que sólo al cabo
de un tiempo se disolvían revelando su brillo deslumbrador; o bien aprovechar la
época de densas nubes, cuando los astros perdían contacto con la Tierra y les
resultaba imposible llamar a la Sociedad en demanda de limpieza. El directorio
compró toda idea ingeniosa destinada a mejorar el servicios y abolir envidias
entre constelaciones y nebulosas. Estas últimas, que sólo podían acogerse a las
ventajas de un cepillado enérgico y un baño de vapor que les quitara las
concreciones de la materia, rotaban con melancolía, celosas de las estrellas
llegadas ya a su forma esbelta. El directorio de la Sociedad las conformó sin
embargo con unos prospectos elegantemente impresos donde se especificaba:
"El cepillado de las nebulosas permite a éstas ofrecer a los ojos del
universo la gracia constante de una línea en perpetua mutación, tal como la
anhelan poetas y pintores. Toda cosa ya definida equivale al renunciamiento de
las otras múltiples formas en que se complace la voluntad divina". A su
vez las estrellas no pudieron evitar la congoja que este prospecto les
producía, y fue necesario que la Sociedad ofreciera compensatoriamente un abono
secular en el que varias limpiezas resultaban gratuitas. Los estudios
astronómicos sufrieron tal crisis que las precarias y provisorias bases de la
ciencia precipitaron su estrepitosa bancarrota. Inmensas bibliotecas fueron
arrojadas al fuego, y por un tiempo los hombres pudieron dormir en paz sin
pensar en la falta de combustible, alarmante ya en aquella época terrestre. Los
nombres de Copérnico, Martín Gil, Galileo, Gaviola y James Jeans fueron
borrados de panteones y academias; en su lugar se perfilaron con letras
capitales e imperecederas los de aquellos que fundaran la Sociedad. La Poesía
sufrió también un quebranto perceptible; himnos al sol, ahora en descrédito,
fueron burlonamente desterrados de las antologías; poemas donde se mencionaba a
Betelgeuse, Casiopea y Alfa del Centauro, cayeron en estruendoso olvido. Una
literatura capital, la de la Luna, pasó a la nada como barrida por escobas
gigantescas; ¿quién recordó desde entonces a Laforgue, Jules Verne, Hokusai,
Lugones y Beethoven? El Hombre de la Luna puso su haz en el suelo y se sentó a
llorar sobre el Mar de los Humores, largamente. Por desdicha las consecuencias
de tamaña transformación sideral no habían sido previstas en el seno de la
Sociedad. (¿O lo habían sido y, arrastrado su directorio por el afán de lucro,
fingió ignorar el terrible porvenir que aguardaba al universo?) El plan de
trabajo encarado por la empresa se dividía en tres etapas que fueron
sucesivamente llevadas a efecto. Ante todo, atender los pedidos espontáneos
mediante el teléfono 50-4765. Segundo, enardecer las coqueterías en base a una
efectiva propaganda. Tercero, limpiar de buen o mal grado aquellas estrellas
indiferentes o modestas. Esto último, acogido por un clamor en el que alternaban
las protestas con las voces de aliento, fue realizado en forma implacable por
la Sociedad, ansiosa de que ninguna estrella quedara sin los beneficios d la
organización. Durante un tiempo determinado se enviaron las brigadas junto con
tropas de asalto y máquinas de sitio hacia aquellas zonas hostiles del cielo.
Una tras otra, las constelaciones recobraron su brillo; el teléfono de la
Sociedad se cubrió de silencio pero las brigadas, movidas por un impulso ciego,
proseguían su labor incesante. Hasta que solo quedó una estrella por limpiar.
Antes de emitir la orden final, el directorio d la Sociedad subió en pleno a
las terrazas del rascacielos -denominación justísima- y contempló su obra con
orgullo. Todos los hombres de la Tierra comulgaban en se instante solemne.
Ciertamente, jamás se había visto un cielo semejante. Cada estrella era un sol
de indescriptible luminosidad. Ya no se hacían preguntas como en los viejos
tiempos: "¿Te parece que es anaranjada, rojiza o amarilla?" Ahora los
colores se manifestaban en toda su pureza, las estrellas dobles alternaban sus
rayos en matices únicos, y tanto la Luna como el Sol aparecían confundidos en
la muchedumbre de estrellas, invisibles, derrotados, deshechos por la triunfal
tarea de los limpiadores. Y sólo quedaba un astro por limpiar. Era Nausicaa,
una estrella que muy pocos sabios conocían, perdida allá en su falsa vigésima
magnitud. cuando la brigada cumpliera su labor, el cielo estaría absolutamente
limpio. La Sociedad habría triunfado. La Sociedad descendería a los recintos
del tiempo, segura de la inmoralidad. La orden fue emitida. Desde sus
telescopios, los directores y los pueblos contemplaban con emoción la estrella
casi invisible. Un instante, y también ella se agregaría al concierto luminoso
de sus compañeras. Y el cielo sería perfecto, para siempre... Un clamoreo
horrible, como el de vidrios raspando un ojo, se enderezó de golpe el el aire
abriéndose en una especie de tremendo Igdrasil inesperado. El directorio de la
Sociedad yacía por el suelo, apretándose los párpados con las manos crispadas,
y en todo el mundo rodaban las gentes contra la tierra, abriéndose camino hacia
los sótanos, hacia la tiniebla, cegándose entre ellos con uñas y con espadas
para no ver, para no ver, para no ver... La tarea había concluido, la estrella
estaba limpia. pero su luz, incorporándose a la luz de las restantes estrellas
acogidas a los beneficios de la Sociedad, sobrepasaba ya las posibilidades de
la sombra. La noche quedó instantáneamente abolida. Todo fue blanco, el espacio
blanco, el vacío blanco, los cielos como un lecho que muestra las sábanas, y no
hubo más que una blancura total, suma de todas las estrellas limpias... Antes
de morir, uno de los directores de la Sociedad alcanzó a separar un poco los
dedos y mirar por entre ellos: vio el cielo enteramente blanco y las estrellas,
todas las estrellas, formando puntos negros. Estaban las constelaciones y las
nebulosas: las constelaciones puntos negros; y las nebulosas, nubes de
tormenta. Y después el cielo, enteramente blanco. 1942 *En noviembre de 1942,
el doctor Fernando H. Dawson (del Observatorio astronómico de la Universidad de
La Plata) anunció clamorosamente haber descubierto una "nova" ubicada
a 8 h. 9,5 de ascensión recta y 35º 12´ de declinación austral, "siendo la
estrella más brillante en la región entre Sirio, Canopus y el horizonte".
(La Prensa, 10 de noviembre, pág. 10.) ¡Angélicas criaturas! La verdad es que
se trataba del primer ensayo -naturalmente secreto- de la Sociedad.