jueves, 16 de junio de 2016

Un texto de Alejandra Gómez Macchia


Me gustan las parejas que caminan por un camellón poco iluminado. 
Me gusta ver cómo los árboles les comparten un poco de su oscuridad. De su humedad. 
De pronto pasa un perro.
Ya se oye, por ahí, la campanilla de una bicicleta.
Un extraño se aproxima. Un extraño que canta mientras pedalea.
Las parejas entonces bajan la voz. Algo se musitan. Y sonríen.

Esto sólo lo ves cuando no eres parte de la escena. Cuando estás solo, sentado en una mesa cercana con un plato que es demasiado abundante, pero que lo has pedido así porque estás acostumbrado a estar de ese otro lado. Del lado de los que se quieren y caminan sin percatarse que ese instante es único (y no se repetirá). 

Qué triste que cuando eres tú quien camina acompañado no puedas verte desde fuera. Desde el lugar del solitario que sólo sueña con estar ahí, oscureciéndose al lado de alguien que, a su vez, lo ilumina.



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