SPUTNIK, MI AMOR.
“Pensándolo bien, mi
regla básica al escribir ha sido siempre ésta: plasmar por escrito lo
que (creo que) conozco como si “no lo conociera”. Pensar: “¡Ah, esto ya lo sé!
¡No vale la pena escribir sobre ello!”, es el fin. Quizá no vaya a ninguna
parte. Pondré un ejemplo concreto: si pienso (o si piensas) confiadamente de
alguien que te rodea: ¡ah! Lo conozco muy bien. No hace falta que pierda el
tiempo pensando en él. No hay problema”, tal vez salgas trasquilado. Detrás de
lo que creemos conocer de sobra se esconde una cantidad equivalente de
desconocimiento.
La comprensión no es más que un conjunto de equívocos.
Ésta (y que quede entre nosotros) es mi simple manera de
conocer el mundo.
En nuestro mundo, “lo que sabemos” y “lo que no sabemos”
coexiste en una nebulosa, fatalmente unidos, como hermanos siameses. Caos,
caos.
¿Quién diablos puede distinguir el mar de lo que en él se
refleja? ¿Puedes distinguir entre la lluvia que cae y la soledad?
Así pues, renuncio con gallardía a separar el conocimiento
del desconocimiento. Éste es mi punto de partida. Un terrible punto de partida,
tal vez. Pero las personas necesitan de algún punto. ¿No es así? En
consecuencia, yo y las articulaciones de mis manos, Todo el polvo esparcido por
el suelo de la cocina es una única cosa, una mezcla de sal y pimienta y harina
y fécula de patata”.
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